Este año el
aniversario de la gesta de las Malvinas sorprende a muchos culminando una
semana de minivacaciones. Semana santa, la pascua, un feriado colocado para
extender la inactividad (en algunos sectores); hoy muchos retoman las rutas y
otros resoplan pensando en la reincorporación laboral/estudiantil. Justo en
este día, habrá argentinos que realcen su patriotismo, y habrá quienes
desplieguen la bandera de la indiferencia.
La pregunta ¿Qué hacemos con las Malvinas hoy? nos
sitúa en la desembocadura de años de intentos diplomáticos por recuperar el
archipiélago. Si un día de estos el Obelisco se volviera a vestir de celeste y
blanco y las multitudes llorasen de emoción con sólo pensar que aquella porción
de territorio fue recuperado, luego, ¿qué pasaría?
En esta fecha
recordamos. Se recuerda la soberbia, la prepotencia, la altanería. Pero también
la inocencia de aquellos jóvenes inexpertos, que tenían otros sueños antes de
ir a la guerra. Muchachitos que quizá en sus provincias natales alguna vez
habían asistido a la muerte de algún animal para fines alimenticios; pero
asistir a la muerte humana es algo muy distinto. Aquellos sueños de un futuro
distinto estallaron junto a los morteros, naufragaron en el Atlántico Sur. Escuchaba
el relato de uno de esos jóvenes -que volvió del fin del mundo hecho hombre,
seguro-, entre lágrimas decía “mi alma quedó en las Islas, acá está mi cuerpo”.
¿Qué vida se construye sin alma?
Y los títulos de
las noticias: ¿Cuándo perderemos? Esa tapa de revista pregonando el éxito que
sin dudas parecía inalcanzable delante de un enemigo tan poderoso. Y es que al
argentino no le gusta perder. Se lo alienta con mentiras y se sabe que explota
al conocer la verdad. ¿A quién no le gusta que le digan que ‘estamos ganando’? ¿Cuándo
perderemos?
Mientras se
acude desde los confines del planeta a los máximos tribunales internacionales
reclamando la soberanía de una porción de suelo más cercano al mate que al té y
al mismo tiempo se le solicita a Google que estampe un homenaje a nuestros
héroes, surge este interrogante: ¿Qué
hacemos con las Malvinas hoy? ¿Sería un destino turístico para estos fines
de semana largos? ¿Se poblará de argentinos esperanzados en levantar un país
distinto? ¿Podría servir de hogar de retiro para quienes durante los últimos
años hundieron a nuestra nación, engordando sus cuentas bancarias?
La memoria, más
allá de ser una virtud, es un ejercicio. Tanto espera el niño por su
cumpleaños, expectante por recibir regalos, que vive el día más agradable del
año. No obstante, los padres saben que con el correr del tiempo ese obsequio
perderá el valor original y se verá abandonado, por más que haya sido deseado
en algún momento. Simplemente pensemos en el día en que vuelva a flamear el
pabellón nacional en las Islas, el futuro llegará después.
Andrés Aguilar
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